miércoles, 11 de enero de 2012
Pasquale Bruno, el más malo de los malos
Argentinos aparte, un apodo no es algo que todo el mundo se pueda permitir. Ser conocido no por el rutinario y burocrático nombre y apellido, sino por alguna palabra que haga referencia a una cualidad especial, significa que eres lo suficientemente importante como para que se hayan molestado en buscarte un mote. Significa que, te tengan cariño o desprecio, eres una persona relevante para quien la información que sale en el carnet de identidad se queda corta. Que eres alguien, en definitiva. El mundo del fútbol no se escapa a esta norma no escrita, aunque últimamente la cosa se haya devaluado, ya que por obra y gracia del verborreico Andrés Montes hasta Antonio López puede llegar a ser el último romántico. Pero antes los motes se reservaban para unos pocos. Ricardo Zamora era el Divino, Di Stéfano la Saeta Rubia, Beckenbauer el Káiser. En algunos casos, incluso, el apodo trascendía más que el propio nombre oficial: pocos identifican a Jorge González Barillas, pero todo Cádiz se pone en pie cuando se habla del Mágico. Sin embargo, por muy halagado que se pudiera sentir, algo chungo debe de haber en la vida de Pasquale Bruno para que le digan 'O Animale. Exactamente igual que a uno de los jefes de la Camorra.
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