lunes, 10 de octubre de 2011

Torino: cuando "mala suerte" se queda corto

Hay muchas formas de ser desafortunado en esta vida. Puedes convertirte en "el pupas" si te quitan de las manos una Copa de Europa con un zapatazo desde 40 metros en el último minuto de la prórroga. Puedes ser sfigato, hasta el punto de que te dediquen libros, si tardas 17 años en ganar una liga pese a gastar el doble que cualquiera de tus rivales. No será suficiente para convertirte en el rey del infortunio. Ese dudoso honor está grabado con tinta granate indeleble en los anales de la historia futbolera. Y apuesto a que ni los propios tifosi del Torino le desean a nadie que sufra tantas tragedias como para desbancarles del puesto.

Porque el equipo más querido de la ciudad de Turín pudo ser mucho más grande de lo que, pese a todo, aún es. La fatalidad se ha cruzado en su camino muchas, demasiadas veces, y el pueblo grana ya no sabe a qué dios rezarle para acabar con ella. El Toro, fundado en 1906 a partir de la unión de otros clubes de la ciudad unidos a antiguos integrantes de la Juve opuestos al profesionalismo, viene sufriendo reveses del destino desde poco después de su creación. Así, en 1915, a falta de una jornada para el final, los piamonteses iban segundos en la clasificación, a dos puntos del Genoa, y precisamente el último partido era un Genoa-Toro. Si se repetía el 6-1 de la ida, el Torino podría coronarse como campeón de Italia por primera vez en su historia... Lamentablemente, el encuentro nunca se llegó a jugar, porque esa misma semana el gobierno le declaró la guerra a Austria: todos los jugadores fueron movilizados y enviados al frente. Estaba prevista una victoria rápida, pero la cosa se complicó y se transformó en lo que los libros de historia llaman hoy Primera Guerra Mundial. En 1918, cuando se pudo reanudar el fútbol, la Federación decidió que no tenía mucho sentido continuar el campeonato interrumpido tres años atrás, ya que bastantes futbolistas habían caído por la patria, así que aquel scudetto se le adjudicó a los genoveses.

Unos cuantos años después, en 1927, el Toro volvía a tener un equipazo. Comandados por el argentino Julio Libonatti, supieron situarse en lo más alto de la tabla tanto en la ronda previa como en el grupo de finalistas de donde saldría el campeón (la Serie A no estaba inventada aún). Pero no podía ser tan bonito. Según las crónicas de la época, un directivo del Toro llamado Nani intentó sobornar a un jugador de la Juventus, Luigi Allemandi, para que el derby se decantara del lado grana. Para ello contactó con el futbolista a través de un intermediario que residía en la misma pensión que él. El Torino ganó el enfrentamiento, pero Allemandi fue uno de los jugadores más destacados, por lo que Nani, indignado, se negó a pagarle la suma pactada. Esto enfureció al lateral juventino y hubo una fuerte discusión en la pensión que fue escuchada por un periodista hospedado allí, quien no se lo pensó dos veces y publicó un artículo para su periódico contándolo. Al verlo, la Federación decidió implicarse en el asunto y, tras una investigación en la que no aparecieron pruebas más allá de una carta hecha pedazos en la que, presuntamente, Allemandi exigía su dinero, le revocó el título al Toro. Este caso, en el que aún quedan muchos cabos sueltos, es el primer gran escándalo que se recuerda en el fútbol italiano.

Aunque el revés fue duro, en Turín andaban sobrados de moral y confianza en sí mismos. Una década después ya estaban luchando de nuevo por el campeonato, que llegaría en 1942. Aquel equipo pasaría a la historia como el Grande Torino; era tan fuerte que ni la Segunda Guerra Mundial pudo con ellos. Cinco campeonatos, una Coppa Italia (y el primer doblete de la historia), un juego arrasador y hasta diez jugadores titulares en la nazionale formaron un ciclo irrepetible de gloria que tuvo un brusco final en mayo de 1949, cuando el equipo entero pereció en un accidente de aviación que se recuerda como la Tragedia de Superga. No daré una descripción detallada porque les supongo informados de los hechos, que han sido narrados y recordados mil veces por comentaristas de todo pelaje. Si no saben de qué hablo, el gran Enric González se lo explica con bastante elegancia.

El golpe fue terrible y sumió al club en un estado de zozobra tal que hasta llegaron a visitar la Serie B en los años '50. La recuperación, lenta y sufrida, tuvo un protagonista claro en la década de los '60: Luigi Meroni. Este volante derecho, fichado del Genoa en 1964, se convirtió pronto en el ídolo de la hinchada, que le apodaba la farfalla (la mariposa) por su sutil y elegante estilo de juego y por su extravagante forma de vida: no era habitual que un futbolista se dejara melena, se dedicara a la pintura en sus ratos libres y, en la muy beata Italia de hace cinco décadas, conviviera de forma pública y notoria con una mujer separada. Los jóvenes turineses le adoraban y le consideraban un modelo que imitar. Attilio Romero era uno de aquellos jóvenes que empapelaban su habitación con posters de su héroe. Es comprensible, por tanto, la crisis nerviosa que sufrió cuando tuvo que declarar ante la policía, en la noche del 15 de octubre de 1967, tras atropellar involuntaria pero mortalmente a Meroni en una avenida del centro de la ciudad cuando, precisamente, volvía de ver a sus héroes.


La importante pérdida no impidió que el club continuara con su recuperación y volviera a conocer el sabor del éxito ganando el título de 1976 y consiguiendo unos cuantos subcampeonatos más en aquellos tiempos. La cuesta abajo volvió, hasta el punto de volver a la B en 1989. En los '90 hubo otro amago de recuperación que dejó para la sala de trofeos una Coppa Italia, pero la gestión económica fue catastrófica: hubo que desmantelar la cantera, una de las más prolíficas del país, y se demolió el mítico estadio Filadelfia para intentar cuadrar los balances. El otrora glorioso Toro pasó a ser un equipo ascensor más. De nada valió que el propio Attilio Romero llegara a la presidencia, ya que, en su afán por expiar sus pecados (pese a que nadie, jamás, le culpó por el accidente), gastó más de lo que podía y contribuyó a que, en 2005, el Torino se declarara en quiebra.

No sin infinidad de conflictos burocráticos, el Toro consiguió refundarse y continuar vivo, aunque sea en B, luchando por volver a la élite y codearse de nuevo con los vecinos ricachones y estirados de rayas blanquinegras. Los triunfos hace mucho que no visitan las gradas de su estadio. Sin embargo, la tragedia no les ha abandonado. La última ha sido esta misma semana: de vuelta del último partido de liga contra el Verona (otro mítico en horas bajas), el autobús que transportaba a los jugadores se vio implicado en un accidente de tráfico que se saldó con dos víctimas, dos jóvenes de 25 y 31 años. La expedición del club salió ilesa, aunque, según los testigos, hubo grave riesgo de que el bus se viera envuelto en llamas. La afición grana no gana para velas en sus altares.

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