No dudo que tal idea es una de las mejores formas posibles de homenajear al personaje en cuestión. Pero esta virtud es también inconveniente: el paso del tiempo desencadena el olvido del ser humano que hay detrás, al que sólo se recuerda por dar nombre a un edificio. Verona es un ejemplo clarísimo: ¿quién sabe, a día de hoy, quién fue Marcantonio Bentegodi y qué méritos hizo para que le dedicaran un estadio?
Les aseguro que se suda tinta para encontrar información sobre este hombre. Y es que hay que remontarse casi dos siglos: Marcantonio vio la luz el 25 de abril de 1818. De su vida se sabe poco hasta cincuenta años más tarde, cuando, como miembro del Consejo Provincial de Sanidad y concejal del ayuntamiento, decidió impulsar la práctica de los modernos "sports", como la gimnasia y la esgrima (el foot-ball todavía no había llegado), mediante la creación de una sociedad que aún hoy funciona en aquellas tierras. Tan preocupado estaba Bentegodi por la educación física de sus vecinos que en su fallecimiento, en 1873, legó una cuarta parte de su fortuna para la enseñanza de las actividades deportivas.
Quizás en Verona hayan tenido que buscarse un referente tan lejano a la hora de bautizar el estadio por la falta de alguien más representativo. No olvidemos que hablamos de una ciudad de provincias en la que, hasta 1957, no hubo equipo en la máxima categoría. De ahí en adelante la principal sociedad de la ciudad, el Hellas (llamado así porque entre sus fundadores, en 1903, había un profesor de griego), se convirtió en uno de tantos equipos "ascensor". Esto no fue obstáculo para la tradicional megalomanía italiana: el ayuntamiento juzgó que el viejo campo de Piazza Cittadella (también dedicado a Bentegodi) se había quedado pequeño y decidió construir las nuevas instalaciones con capacidad para ¡42.000 espectadores!
La inauguración, en diciembre de 1963, no fue demasiado brillante: el Venecia derrotó a los anfitriones por un escueto 0-1. Desde entonces, el Bentegodi ha vivido las andanzas del Hellas, incluido el mítico scudetto de 1985 (único equipo de una ciudad no capital de región capaz de conseguirlo) y los muchos ascensos y descensos, como el del pasado verano, que los gialloblu consiguieron recuperar un puesto en Serie B cinco años después. Además, desde 1986 hay un nuevo huésped. El Chievo, otrora equipucho de barriada periférica, creció hasta el punto de que su vieja casa, el minúsculo Bottagisio, no era adecuada para jugar partidos de Serie C, luego B y desde 2000 A, así que tuvo que mudarse al centro.
No obstante, ni siquiera la presencia de dos equipos grandes en la ciudad es suficiente para llenar una infraestructura tan exagerada. Raro es el día en el que se dan cita más de 10.000 espectadores. Y, sorpréndanse, a pesar de estar dos categorías por debajo, lo habitual es que haya más público en el fondo sur apoyando al Hellas que al Chievo. Los "burros voladores" no dejan de ser unos recién llegados sin la tradición histórica de los scaglieri, que además se enorgullecen de tener una de las hinchadas más apasionadas del país.
El Bentegodi, debido a su desproporcionado tamaño, fue una de las sedes del Mundial de 1990. Concretamente acogió varios partidos del grupo E, en el que estaba la selección española, y el encuentro de octavos de final en que la Roja cayó contra Yugoslavia.
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