jueves, 25 de agosto de 2011

Cuando Gadafi era alguien en el fútbol italiano

Muamar al Gadafi vive tiempos difíciles. El coronel libio, que ha gobernado con mano de hierro su país desde hace cuatro décadas bajo la curiosa fórmula legal de la "yamahiriya", parece estar a punto de perder el control de su territorio. Las últimas noticias hablan de la caída de Trípoli (la capital), de un desesperado intento de contraataque y de la intención de los rebeldes de capturar al mandatario "vivo o muerto". Pero no siempre fue así. Hasta hace bien poco, Gadafi era un personaje quizás no respetado, pero sí al menos tolerado en el ámbito internacional. Especialmente en Italia, antigua potencia colonial que conserva abundantes intereses económicos en uno de los mayores productores mundiales de petróleo. No son de extrañar, por tanto, imágenes de bella amistad como la que ilustra estas líneas. Sí resulta más llamativo que la influencia de Gadafi haya llegado hasta un terreno en el que el pueblo italiano no admite scherzi ni tonterías: el fútbol.

Háganse a la idea de lo que estoy diciendo echando la vista atrás nueve años. Justo tal día como hoy, 25 de agosto, del año 2002 se disputaba la Supercoppa italiana, que aquel año enfrentaba a la Juventus campeona del Scudetto con el Parma que le impidió hacer doblete. Nombres prestigiosos como Gigi Buffon, Alex del Piero, Marcelo Salas o Pavel Nedvěd por parte turinesa, o Sébastien Frey, Adriano, Marco di Vaio o Hidetoshi Nakata en las filas parmesanas, participaron en aquel enfrentamiento que se saldó con victoria bianconera, un ajustado 2-1. ¿Dónde ocurrió todo esto? Ni en Delle Alpi, como estipula el reglamento, ni en el Ennio Tardini, ni siquiera en una solución intermedia como San Siro, el Artemio Franchi o el Olímpico de Roma. Se fueron al estadio 11 de Junio, a las afueras de Trípoli.


En esta foto tienen la razón de tan extraño viaje. El tipo con turbante que acaricia cariñosamente a Del Piero es Al-Saadi Gadafi, tercer hijo del Líder y gran aficionado al mundo del fútbol. Durante años hizo y deshizo a su antojo dentro de sus fronteras, donde llegó a ser presidente de la Federación, dueño de algún que otro club, capitán de la selección nacional y responsable de algún que otro trapicheo de consecuencias trágicas.

Pronto sintió que Libia se le quedaba pequeña y quiso ir más allá, así que, a través de la empresa estatal de inversiones Lafico y aprovechando las buenas relaciones de papá con la familia Agnelli, se hizo con un 7,5% de las acciones de su equipo favorito, la Juventus, que aún conserva. Esta participación en el capital le otorgó un puesto en el consejo de administración, a través del cual logró convencer tanto al Parma como a la Federación para que aceptaran viajar al otro lado del Mediterráneo a jugar esa supercopa. Al-Saadi
pretendía no sólo ver a sus ídolos sin salir de casa, sino también dar publicidad a su país... aunque no creo que unas gradas medio vacías, un césped en estado lamentable y un público gritón pero poco entusiasta transmitieran muy buena imagen.


No quedaron ahí las andanzas futboleras de Al-Saadi en Italia. El chico había decidido que no le bastaba con ser directivo, sino que también quería triunfar calzándose las botas y dando patadas al balón. Naturalmente, lo intentó en "su" Juventus, pero el entrenador, un tal Marcello Lippi, al ver que su habilidad era, digamos, discutible, lo máximo que aceptó fue tenerle incordiando en algún entrenamiento. De ahí que en verano de 2003 pasara a formar parte de la plantilla del Perugia, club con el que la Vecchia Signora tenía muy buenas relaciones en aquel momento.

Lo que pasó a continuación no sé si es más triste que ridículo o viceversa. Gadafi Junior, consciente de sus limitaciones, se convirtió en el único jugador de la historia cazado en un control antidopaje sin haber llegado a debutar con su club. El positivo por nandrolona le supuso una sanción de tres meses. Esto le vino de lujo al entrenador, Serse Cosmi, para dejar al chico fuera de las convocatorias, a pesar de las presiones que recibía hasta del mismísimo Silvio Berlusconi, quien consideraba la participación de Al-Saadi una razón de estado para mejorar las relaciones internacionales. Le costó dos años, pero el presunto jugador se salió con la suya y logró que le dejaran jugar el último cuarto de hora del partido que el Perugia le ganó 1-0 a, precisamente, la Juventus, en mayo de 2004.

Ante tal éxito, Gadafi hijo se vino arriba y consideró que era el momento de salir de un club tan pequeño como el Perugia. Su talento, pensaba, valía para más, y se enroló en las filas del Udinese, que esa temporada iba a jugar ni más ni menos que la fase de grupos de la Champions League. Aunque lamentablemente para él, con el mismo Serse Cosmi como entrenador. No sé qué cara se le quedaría al crack libio, al refuerzo de lujo para la competición más importante de Europa, cuando terminó la temporada y vio que no había disputado un solo instante. De hecho, ni siquiera en la liga le dejaron jugar más que diez minutos en el último partido, contra el Cagliari, en los que, literalmente, no dio pie con bola. Eso sí, el público español tuvo ocasión de apreciar sus cualidades (siete pases fallados de siete intentos) cuando le dejaron salir al campo cinco minutos durante un partido amistoso en Valencia.

La carrera futbolística de Al-Saadi Gadafi se cerró al año siguiente en las filas de la Sampdoria, donde no llegó a saltar al césped ni siquiera por pena; su estancia en Génova se saldó con una deuda de casi 400.000 euros en un hotel. Su carrera como dirigente sanguinario, aprendiz de su padre, parece haber acabado hace apenas unos días. No parece que nadie vaya a echarle de menos.

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