lunes, 22 de agosto de 2011

"Me voy, Palermo no me merece"

Así habló Maurizio Zamparini, según informan nuestros amigos de Golsicilia. Está harto. Siente que lo ha dado todo por el club más rosa de Italia y que la afición palermitana no sólo no se lo reconoce, sino que no para de criticarle. Por tanto, hace las maletas y anuncia que se larga, dejando a la hinchada de La Favorita con tres palmos de narices y sin saber quién ocupará su hueco. No es la primera vez que el temperamental Zamparini protagoniza una "espantá" del estilo: en 2002 una historia parecida le hizo irse de Venecia a toda prisa. No obstante, la violenta y traumática salida de Maurizio no debería alterar mucho el esquema de juego del Palermo. Porque Maurizio Zamparini no es lateral derecho, ni mediapunta fantasista. Ni siquiera entrenador. Maurizio Zamparini es, aunque por poco tiempo, máximo accionista y presidente del U.S. Città di Palermo.


Presidente, sí. Desde ese mismo año 2002 en que se fue de Venecia, Zamparini es el mandamás del Palermo, equipo al que pilló deambulando por mitad de la tabla en Serie B. No se puede decir que su gestión deportiva haya sido mala, ya que apenas dos años después estaban ascendiendo a una Serie A que no visitaban desde la década de los 70. Cuatro participaciones en UEFA (sin contar la de la presente temporada, donde cayeron en la ronda previa), la última final de Coppa, cuatro campeones del mundo en 2006 y otros jugadores ilustres como Luca Toni, Edinson Cavani o Javier Pastore se cuentan en el haber de un dirigente que, siendo friulano, fue nombrado ciudadano honorario de Palermo por sus méritos al frente del club.

¿Y cómo acaba un tipo de Udine rigiendo los destinos de un equipo en la otra punta del país? Para entenderlo, como de costumbre, hay que dar un salto atrás en el tiempo. No es necesario remontarse a su nacimiento, hace ya setenta años; basta decir que, según cuenta Fabio Mori en su blog, Zamparini amasó una de las mayores fortunas del Bel Paese gracias a su exitosa cadena de supermercados Emmezeta. Sus primeros contactos con el mundo del fútbol se remontan a 1987, año en que compra las acciones del Mestre, el equipo de la parte de Venecia radicada en tierra firme. No contento con esto, funde el club con el histórico Calcio Venezia, entonces en horas muy bajas, y consigue que la unión recién creada vuelva a hacerse un nombre, pasando de C2 a A en apenas una década.

Sin embargo, el crecimiento del Venezia se ve limitado por la falta de un estadio decente: ni el Baracca de Mestre ni el mítico Penzo del centro de la ciudad (del que ya les contaré algún día) reúnen las condiciones adecuadas. Parece ser que el propio Zamparini se ofreció a pagar de su bolsillo la construcción de un campo nuevo, a cambio de que el Ayuntamiento le facilitara espacio y financiación para un nuevo centro comercial de su cadena. Trabas burocráticas dieron al traste con el proyecto y empezaron a mosquear a Maurizio, quien, en cuanto tuvo oportunidad, no dudó en hacer el petate y largarse a otra parte.

Esa otra parte fue precisamente la capital de Sicilia. Por allí andaba Franco Sensi, el de la Roma, que no tenía muy claro por qué se había metido en semejante berenjenal y que tampoco sabía cómo quitárselo de encima. En cuanto apareció la oferta no lo dudó y le traspasó a Zamparini su paquete de acciones, valorado en 20 millones. En una operación criticada por algunos medios, que creían que podía suponer un precedente bastante peligroso, de una tacada se llevó rumbo a la isla al entrenador y a media plantilla veneciana. Los norteños no pudieron recuperarse del golpe y un par de años después ya estaban declarándose en quiebra.

Y como les decía unos párrafos más arriba, en Palermo las cosas están saliendo razonablemente bien... Entonces, ¿a cuénto de qué este arrebato repentino de desamor? Dice Maurizio que lo que ocurre es que no se siente querido. Que trabaja 12 horas diarias por el club y que no hace más que recibir palos por parte de la prensa (tanto la nacional, que se ríe de él por sus frecuentes salidas de tono, como sobre todo la local) y de un sector de la grada que se han acostumbrado demasiado rápido al caviar de los últimos tiempos y no tolera un día de chopped. El detonante ha sido el partido amistoso jugado el pasado domingo contra el Fenerbahçe turco:


El juego del Palermo arrastra males que casi podrían considerarse endémicos. El ataque es razonablemente competente, pese a lo difícil que va a ser suplir la baja de Pastore, pero la defensa da un rendimiento de chiste, y no tengo muy claro si es por aptitud o por actitud. Los tres goles encajados contra un equipo teóricamente inferior que, encima, contaba con un futbolista menos, no han sentado nada bien en La Favorita. Los apenas 10.000 espectadores que se acercaron por allí no escatimaron en hirientes abucheos.

Las malas lenguas dicen, también, que el problema vuelve a ser el mismo que en Venecia: Zamparini quiere hacer un estadio nuevo y las administraciones no hacen más que ponerle dificultades. Si una razón pesa más que otra, es algo que sólo está en la mente del propio Maurizio. En todo caso, ya ha anunciado que "acelerará" el proceso de búsqueda de sucesor, que será "alguien de su confianza". Y asegura que esto no es un calentón, porque ya tiene experiencia: en la ciudad de los canales tardó apenas cinco minutos en tomar la decisión de irse. Esperemos que las consecuencias no sean tan catastróficas como las de aquel verano de 2002...

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