La planta de un estadio de fútbol no es algo que dé lugar a mucha originalidad. Básicamente se trata de rodear con gradas una superficie rectangular de césped más o menos ancha y más o menos larga, así que las alternativas son más bien escasas. Se puede hacer rectangular, para que todos los asientos estén más o menos cerca del césped. Se puede hacer ovalado, que permite meter una pista de atletismo y elimina el engorroso problema de las esquinas, pero aleja al espectador. Sin embargo Florencia, ciudad de arte, cuna de grandes hombres de talento, patria del Renacimiento, no iba a conformarse con algo tan sencillote y facilón. Por eso, su estadio, el Artemio Franchi, tiene forma de letra D.
No está muy claro el motivo de que la casa de la Fiorentina tenga tan peculiar aspecto. Algunas teorías fantasiosas dicen que era un intento de peloteo a Benito Mussolini, el que cortaba el bacalao en la época de construcción (1930-32); la D sería por la palabra "Duce", como le gustaba hacerse llamar. Podría ser también por la extraña superficie de la parcela donde se edificó, demasiado pequeña para el proyecto original que se iba a construir en otra parte de la ciudad; cuentan que, poco antes de comenzar las obras, el marqués Luigi Ridolfi, uno de los mecenas de la obra, se acercaba por las noches al terreno y desplazaba ligeramente los postes que lo delimitaban, para agrandarlo.
Probablemente se debe a que es la mejor forma de meter también una pista de atletismo y que quepa sin problemas la recta ligeramente más larga que se usa para algunas pruebas, como los 110 metros vallas; el encargo se lo exigía, ya que pretendían construir no sólo un campo de fútbol, sino un gran centro polideportivo. O simplemente puede que sea un rasgo de extravagancia o genialidad del arquitecto, ni más ni menos que Pierluigi Nervi, uno de los más grandes del racionalismo de principios del siglo XX y pionero en el uso del hormigón armado en la construcción.
Nervi respondió al encargo de los jerarcas fascistas de la época, que querían un edificio majestuoso, que supliera las carencias de espacio del viejo Velodromo Libertas y a la vez mostrara a todo el planeta la valía y el poder de la Italia que estaba a punto de organizar el Mundial de 1934. Por eso incluyó elementos como la cubierta de la gran tribuna, de más de 20 metros de ancho, varias escaleras con forma de hélice y un obelisco llamado "Torre de Maratona" de más de 70 metros de altura (bastante inútil, no estaba en el proyecto original, pero a los gobernantes les hacía ilusión, y quien manda manda... sobre todo si manda con pistolas). Además, se le ocurrió una idea genial para abaratar costes: dejó la estructura que soporta la grada a la vista, sin taparla con fachadas. De esta manera Nervi consiguió hacer su estadio gastando sólo 150 liras de la época por espectador: la mitad de lo que se necesitó en la misma época para el Littorale de Bolonia... y cuatro veces menos que para Wembley.
El estadio, que se empezó llamando Giovanni Berta en honor de un militante fascista muerto en un enfrentamiento con los comunistas allá por 1921 y convertido en mártir por el régimen años después, ha vivido muchas andanzas futboleras (dos ligas, seis copas, una supercopa y hasta tres títulos europeos), ha acogido otras competiciones de rugby y fútbol americano, pero también ha vivido otras aventuras, desafortunadamente, no tan relacionadas con el deporte. En 1944 fue escenario de la masacre del Campo de Marte, nombre del distrito donde se ubica la instalación. Cinco jóvenes de apenas 21 años se habían negado a formar parte de lo que quedaba del ejército de Mussolini, y como represalia, para dar ejemplo al resto de la tropa, les fusilaron en público junto a la Maratona. Para recordarles, se ha erigido un santuario y todos los 20 de marzo se celebra una ceremonia religiosa allí.
Tras la guerra, el estadio se rebautizó como Comunale (Municipal) y en 1993 recibió su nombre actual en homenaje al antiguo dirigente de la Federación Italiana y de la UEFA, natural de Florencia, que había muerto una década antes en accidente de tráfico. Poco antes tuvo que vivir el proceso traumático de "remodelación" para el Mundial de 1990. En este caso fue particularmente difícil, ya que no se podía elevar las gradas porque se les considera patrimonio artístico nacional. Optaron por lo contrario: bajar la cota del terreno de juego, cargarse la pista de atletismo y meter ahí más asientos. El resultado es más o menos funcional, y además se consiguió un nuevo drenaje para el césped considerado de los mejores de Europa, pero en palabras de algunos críticos, su aspecto estético es "una cínica masacre que desprecia la cultura florentina".
Además, las reformas han acentuado los problemas que ya sufría el campo. La forma de D es muy elegante, pero quien tiene su localidad en las esquinas ve poco de lo que ocurre en el terreno de juego. Por otra parte, la única cubierta sigue siendo la que ya había, y la lluvia es bastante frecuente en el otoño de aquellas tierras. Por si eso fuera poco, la capacidad, en lugar de crecer, se ha reducido ligeramente, estabilizándose en poco más de 45.000 espectadores. Todos estos motivos están haciendo mella en el corazón de la tifoseria viola, que adora su estadio pero se da cuenta de que está obsoleto y se empieza a plantear la construcción de uno nuevo.
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