Dicen las malas lenguas que Pelé, el mítico Edson Arantes do Nascimento, la perla negra que todo lo ganó y a todos enamoró con su talento para patear balones, tiene una espina clavada, algo que ha impedido que su paso por el planeta fútbol sea completamente feliz. Debe ser frustrante ser uno de los más grandes delanteros de todos los tiempos, referencia mundial del fútbol vistoso y de ataque, y que tu hijo te salga portero. Es más, apuesto a que es un futuro que ningún padre brasileño desea para sus retoños.
La posición de guardameta en Brasil es una anomalía histórica. El reglamento tiene la fastidiosa manía de obligar a uno de los jugadores a vestirse raro, calzarse unos guantes y colocarse en la portería a intentar parar los chutes de los demás compañeros. Para tan molesta y vergonzante labor suele escogerse al menos talentoso del equipo, a ese gordinflón que viene a jugar porque es el primo de un amigo y no hay que hacerle el feo, no vaya a ser que su madre se enfade y no invite más a esas ricas meriendas que acostumbra a dar.
Por eso, como no suele ser vocacional, el de portero no suele ser un puesto en el que los futbolistas de aquel país destaquen por su arte. De hecho, hagan memoria e intenten recordar nombres de grandes compatriotas de la samba y la caipirinha que hayan destacado desde ahí atrás. Los más estudiosos de la materia podrán citar a Rogério Ceni o a Zetti, pero el común de los mortales tendrá en mente dos nombres: Cláudio Taffarel y Dida. Y paren de contar, oigan.
Precisamente el bueno de Nélson de Jesús, que llegó al Milan allá por 2000 y echó diez años con razonable éxito (o eso dice su currículum, en el que se cuentan dos Champions), fue quien motivó la invasión actual, que está plagando las porterías italianas de naturales del otro lado del océano. Si bien los rojinegros abrieron la lata, fue la Roma quien más le cogió el gusto, llegando a tener tres a la vez (Doni y sus suplentes Júlio Sérgio y Artur). El Inter también ha sufrido el contagio, con otro de los pocos que han tenido éxito: Júlio César.
Porque esa es otra: la mayoría de estos porteros no aportan mucha mejoría a sus equipos. Obviando las típicas excepciones que tanto gustan de fastidiar las generalizaciones, el futbolista sudamericano de lengua portuguesa que lleva la camiseta número 1 acostumbra a ser grandote (muchos pasan del 1'90, altura bastante respetable para un natural de aquellas tierras), de reflejos ágiles y muy espectacular o muy sobrio, dejando poco lugar al término medio. No obstante, tienen tendencia a adornarse más de la cuenta en busca de la palomita que fascine al fotógrafo (algo que el aficionado adora pero suele ser síntoma de mala colocación) y, sobre todo, tremendamente irregulares. En cuestión de minutos pueden pasar de sacar una mano estratosférica a un balón imposible, a tragarse goles que avergonzarían a cualquier juvenil.
Vamos, que si yo fuera directivo de un equipo de Serie A, estaría más interesado en tratar de sacar del primavera al nuevo Dino Zoff que de irme tan lejos a por medianías que no inspiran demasiada confianza. Y sin embargo, se vive actualmente una auténtica plaga. ¿Que exagero? No crean. Da Costa está recién debutado en la Samp, la Fiorentina tiene a Marcos Miranda y a Neto, en años anteriores Rubinho ha jugado en Genoa, Palermo y Livorno, y ahora está el Torino, en Serie B, también juega Trazzi para la Triestina... a poco que les dé por rebuscar, salen mil nombres.
¿Es una simple moda, como cuando al Atlético de Madrid le dio por fichar centrales paraguayos? ¿Los italianos son unos visionarios y han encontrado en Brasil un potencial que nadie más es capaz de ver? ¿Sacamos la teoría de la conspiración y pensamos en trapicheos de directivos y representantes, en un mercado en el que es relativamente fácil colar comisiones de todo tipo y color? Quién sabe. Pero deberían ir pensando en mirar un poco más en casa. Si no, van a tener que exprimir a Buffon en la Nazionale hasta los 43, y no creo yo que esté entonces para muchos trotes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario