lunes, 8 de agosto de 2011

Italianos por el mundo: la Supercoppa, en Pekín

Ocurre todos los años en todos los países de Europa. El ganador de la Liga y el de la Copa (del Rey, de la República, de la Federación, de lo que cada uno quiera) se ven las caras en pleno mes de agosto, en una competición a la que, en un alarde de pomposidad y rimbombancia, han tenido a bien llamar ni más ni menos que "Supercopa".  Pese a lo grandilocuente del nombre, y a que tiene estátus de "oficial" (nunca me quedará claro si es el último de la temporada pasada o el primero de la siguiente), seamos sinceros: no es más que un torneíllo de verano que nadie tiene en demasiada estima, aparte del típico pseudoperiodista exaltado de crónicas con bufanda. No es de extrañar viendo casos como el italiano, donde ni siquiera se la toma en serio la propia Lega que la organiza.

La edición de este año ha sido el mejor ejemplo de falta de seriedad. Gana la liga el AC Milan y la copa el Inter, a huevo para que la capital de Lombardía viva una gran fiesta del fútbol y 40.000 hinchas de cada club abarroten San Siro, el campo que, sin duda, mejor le viene a las nutridas, bulliciosas y apasionadas aficiones correspondientes. Pero no. El honor le ha correspondido al Estadio Nacional de Pekín. Ochenta mil chinos, muy respetables todos ellos, animando a dos equipos de la otra punta del mundo.

Divididos en dos rigurosas mitades: el 50% del público llevaba el mismo banderín rojinegro, el otro 50% la misma bufanda negriazul, utilísima en el gélido clima pequinés que en estas fechas ronda los 35 ºC. Los ultras interistas más orientales incluso montaron un tifo preciosísimo antes del partido, vean la foto: no se olvidaron, casual casualidad, ni del logo de Nike ni del patrocinador de la camiseta. Eso sí, es poco probable que tengan la más mínima idea de quién fue, por poner un ejemplo, Giuseppe Bergomi, o de dónde jugaba cada uno de los hermanos Baresi. Y a todo esto, mientras tanto, las Brigate, los Boys-San y los que se dejan la garganta cada fin de semana, sea en la Nord o en la Sud, viendo un derby por la tele, a ocho mil kilómetros de distancia del balón. Llámenme bicho raro, pero no me parece nada sensato. Tampoco se lo parece a los milaneses, que se han puesto de acuerdo para boicotear el torneo, ya que no están dispuestos a gastarse 1000 euros en el viaje por el capricho de algún directivo.

Lo cierto es que el maltrato a esta competición no es ni mucho menos nuevo. Quizás se deba a que no tiene la solera suficiente para hacerse respetar en un mundo, en el fondo, tan tradicional como el del balompié. La Supercoppa italiana, como muchos de sus equivalentes europeos, no se remonta más que a la década de los '80. Su formato se planteó de manera diferente a como estamos acostumbrados en España: juegan los dos campeones (subcampeón de copa si hay doblete), pero a partido único en casa del vencedor de la Liga. El mítico Milan de los Holandeses fue el primero en llevarse el gato al agua, al vencer por un cómodo 3-1 a la Samp de Pagliuca, Vialli, Vierchowod... y Víctor Muñoz.

Aquel primer año aún fue coherente, al jugarse el torneo en mayo, cuando los participantes acababan de ganarse su derecho a participar. A partir del siguiente año, copiando la moda europea, la retrasaron al año siguiente, mareando además al sufrido aficionado que nunca sabía en qué fecha se iba a disputar. Se han llegado a ver partidos el 3 de agosto y el 29 de septiembre. Tampoco tardó mucho en llegar el chollo para las agencias de viajes: a modo experimental, ya en 1993 un gol de Marco Simone permitió al Milan imponerse al Torino ante los ojos de los 25.000 espectadores que se presentaron en el estadio Robert Kennedy de Washington. A partir de ahí se han visto partidos en China, en Estados Unidos o, en un ejercicio de surrealismo del que ya hablaré en próximos días, en Libia.

¿Por qué se perpetran estos despropósitos y otros de similar calibre? Hay excusas para todos los gustos. Que si la globalización, que si abrirse a mercados nuevos, que si los chinos también tienen derecho a ver a sus ídolos... Qué quieren que les diga, no me convence ninguna. Dar la espalda al público más cercano, al más fiel, no creo que sea la mejor forma de solucionar los gravísimos problemas de deuda que sufren la mayoría de los equipos. Por otra parte, la forma de "globalizar" el fútbol no es enseñarles, de refilón y una vez al año, el brillo de las estrellas que tenemos aquí, sino hacer que sus ligas locales sean lo suficientemente fuertes como para atraer al hincha local y que puedan competir en igualdad de condiciones. Y no me refiero sólo a Asia. Estoy recién vuelto de la otrora poderosa Hungría y es desolador comprobar que, de débil que se ha vuelto su liga y del escaso interés que despierta, en pleno centro de Budapest es más fácil encontrar una camiseta del Villarreal que otra del Honvéd. Es una muestra, quizás la más banal, de la vergonzosa distribución de riquezas que se sufre en nuestro planeta, que nadie se atreve a abordar seriamente más allá de parches al 0,7% de interés. Pero nos meteríamos en análisis políticos, y no es ese el objetivo de este blog.


A todo esto, como sabrán, ganó el Milan por dos goles a uno, en un encuentro no demasiado brillante. En el Inter, de los once titulares, sólo uno era italiano de nacimiento. Nada nuevo bajo el sol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

NO AL FUTBOL MODERNO