jueves, 29 de septiembre de 2011

Nápoles en Champions 21 años después

No se llamaba todavía "Liga de Campeones", pero allí estaban los de verdad, nada de segundones ni cuartos clasificados para rellenar partidos intrascendentes. Y el campeón, el que llevaba el tricolore en el pecho, era el Nápoles. Fue el mejor de una liga de campeones, de un calcio mayúsculo en el que los tres trofeos continentales en juego (Copa, Recopa y UEFA) acabaron en manos italianas. No era para menos, con el equipazo que disfrutaban a las faldas del Vesubio. Un dúo de genios canarinhos como Alemão y Careca, nombres consagrados como el portero ex milanista Galli o el redundante centrocampista De Napoli, jóvenes que ya empezaban a despuntar como un tal Ciro Ferrara o un tal Gianfranco Zola. Pero sobre todo, el 10 azzurro de la temporada 1990/91 era Diego Armando Maradona. Con él en el campo no hacía falta añadir nada más.

Un año antes, este mismo conjunto, con algún mínimo retoque, había logrado el segundo título local de la historia partenopea tras un agónico mano a mano con el Milan de los holandeses que no se saldó hasta la última jornada. Pero en apenas unos meses todo parecía haber cambiado. La defensa no parecía tan eficaz, se cedían empates contra rivales asequibles, Diego generaba problemas extradeportivos y sólo marcaba de penalti... El rey de Italia no se veía con fuerzas para coronarse emperador de Europa. La primera ronda, contra el antaño poderoso Újpest, la solventó sin esforzarse, 0-2 en Hungría, 3-0 en casa. Pero luego, en los octavos de final, llegó un rival de verdad: el Spartak de Moscú, uno de los últimos dominadores de la Unión Soviética en el que despuntaban nombres como Alexander Mostovoi, Valeri Karpin o Dimitri Popov. La cosa acabó 0-0, como no podía esperarse de otra manera en un partido disputado por el ínclito Giorgio Venturin. Aquel enfrentamiento del 23 de octubre de 1990 se convirtió en el último que las gradas de San Paolo pudieron ver de la máxima competición internacional, ya que el partido de vuelta tuvo el mismo resultado, pero los moscovitas estuvieron más hábiles lanzando penaltis en la nieve.


Hasta ahora. Porque tras muchos años de sinsabores, de quiebras y refundaciones, de series B y C, hoy se puede decir bien alto y bien fuerte que el orgullo del sur ha vuelto. Aún no han llegado las copas a la sala de trofeos, pero el tercer puesto del año pasado indica que van por el buen camino. De momento esta semana se ha cumplido un hito: la visita del Villarreal ha roto más de dos décadas de ausencia en la Champions. El Nápoles ha regresado con fuerza, jugando bien, ganando 2-0, con convencimiento y con calidad, y con la grada rugiendo como en sus mejores tiempos.

No está Ferrara pero está el pequeño de los Cannavaro, posiblemente no tan guapo como su hermano mayor pero casi igual de bueno. No están los brasileños, pero están los uruguayos Gargano y Cavani. No está Zola, pero está Lavezzi. No está Maradona, pero está Hamšík, quien tiene calidad para jugar donde le dé la gana pero, como el Diego, prefiere quedarse al calor del volcán, ser el más joven de la historia del club con el brazalete de capitán y convertirse en el nuevo mito de su ciudad adoptiva.


Atiendan, que el Nápoles va en serio. Aunque le ha tocado el "grupo de la muerte", un napolitano no se deja matar fácilmente. Y más cuando, como ahora, tienen muy poco que perder y mucho, muchísimo, que ganar.

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